martes, 22 de marzo de 2011

Sesión 38: Celebramos la Eucaristía en el día del Señor

El mayor regalo que nos ha dado Jesús es la Eucaristía, es decir, el Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre que nos hace entrar en Comunión con Él, que vive y reina por los siglos de los siglos. 


Este Sacramento de la Eucaristía es el sacramento por excelencia puesto que no sólo recibimos la gracia de Dios -como ocurre en los demás sacramentos instituidos por Cristo- sino que recibimos la misma Persona de Cristo que se nos da como alimento para nuestras almas. 


Este Sacramento tan admirable podemos celebrarlo todos los días. De hecho los sacerdotes y muchos fieles suelen comulgar todos los días, porque nada hay más grande que la celebración de la Eucaristía. Es lo más importante que se puede hacer cada día. Sin embargo, la Iglesia no nos manda ir a misa todos los días, sino que sólo nos obliga a hacerlo los domingos y las fiestas de guardar. 


¿Por qué? Porque el domingo es el día del Señor, es decir, el día en que Jesucristo resucitó de entre los muertos y venció a la muerte, al pecado y a las fuerzas del mal en el mundo. Si creemos que Jesucristo es el Hijo de Dios que murió en la Cruz por nosotros los hombres y por nuestra salvación y que resucitó al tercer día, entonces comprenderemos que la Iglesia nos mande celebrar esta gran Fiesta dominical. 


Sin el domingo no podemos vivir. Esto es lo que contestó un mártir de Abitinia a quienes le preguntaron por qué razón se obstinaba en reunirse los domingos cuando eso estaba prohibido por el emperador de Roma. No les entraba en la cabeza que estuviesen dispuestos a morir por asistir a una simple reunión. Y la respuesta es clara: sin celebrar el domingo no podemos vivir. De la misma manera que sin la comida no puede alimentarse el cuerpo y antes o después llega la muerte por inanición, así tampoco cabe tener vida espiritual sin el alimento eucarístico. 


Jesucristo nos ha dado un mandamiento nuevo: que nos amemos los unos a los otros como Él nos ha amado. Sin la Eucaristía seríamos unos egoístas sin solución y no podríamos cumplir este mandamiento nuevo. Con la Eucaristía el Señor mismo se nos entrega para ayudarnos a vivir una vida como la suya, una vida de amor a los demás, de servicio y de entrega. 

Para el cristiano, el domingo es el octavo día de la semana. Eso no significa que ahora las semanas tengan ocho días, sino que  el domingo es el día del Señor resucitado. El que celebra la Eucaristía el domingo está ya uniéndose a la Fiesta que se celebra en el Cielo y en la que participan los ángeles y todos los santos. Celebramos que Jesús nos haya dado la Vida y también que nos haya dado una prenda: "el que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna y yo lo resucitaré en el último día" (Jn 6, 54). En la imagen puedes ver un edificio octogonal, es decir, de ocho lados. Se trata del baptisterio de san Juan Bautista que se encuentra en Florencia: allí, en el baptisterio, comienza la nueva Vida que nos trae Jesucristo; allí comienza para los bautizados el nuevo día, el octavo y definitivo Día del resucitado.


Antes de Jesús el principal día de la semana era el séptimo, es decir, el sábado. Dios mismo había dispuesto la obligación de santificar las fiestas y especialmente el día de sábado, porque en ese día Dios descansó después de haber creados todas las cosas. Sin embargo, a partir de la Resurrección de Cristo los cristianos ya no están obligados a cumplir todos los preceptos de la ley de Moisés, especialmente los que se refieren al culto propio de la Antigua Alianza. 


En el domingo los cristianos celebramos el sacrificio de la Nueva Alianza: "Este cáliz es la nueva Alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros" (Lc 22, 20). Por esta razón, han desaparecido ya todos los sacrificios antiguos y sólo queda éste: la Eucaristía. Como todos somos pecadores, "es justo y necesario" que demos gracias a Dios por habernos perdonado. Si no lo hiciéramos, seríamos unos desagradecidos. 


Además, Jesús nos da este sacramento maravilloso para que también nosotros podamos ofrecer sacrificios de alabanza, es decir, hacer cosas santas y agradables a Dios. Todos nuestros actos serían vanos e inútiles, incapaces de elevarse al cielo, sino fuera porque Jesús se encarga de presentarlos a Dios. San Pablo nos recomienda: "os ruego, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios" (Rm 12, 1). ¿Dónde y cuándo podemos ofrecer nuestros cuerpos de esta manera? Pues principalmente en la santa Misa: de allí sube el perfume de nuestra entrega a Dios como un humo agradable que asciende hasta las moradas celestiales. 


En la Santa Misa hay cuatro momentos en que el sacerdote dice estas palabras: "el Señor esté con vosotros". Es muy significativo que se repitan estas palabras. El Señor está realmente con nosotros en la Eucaristía. Está presente en la Palabra que es pronunciada desde el ambón; está presente en los cristianos reunidos en la asamblea para celebrar la Eucaristía y está especialmente presente bajo las especies del pan y del vino una vez han sido consagradas por el sacerdote. 


Para celebrar la Eucaristía hay que estar atento a cada una de estas "presencias" de Cristo entre nosotros. 


Fórmulas de la Fe. 


70. ¿Qué es el sacramento del Matrimonio?


Es el Sacramento que santifica la unión del hombre y de la mujer del que nace la familia cristiana como comunidad de vida y amor.


71. ¿Los cristianos podemos seguir a Jesús? 


Sí, podemos seguir a Jesús gracias al Espíritu Santo que vive en nosotros y nos ayuda a conocer lo bueno y lo malo. Es el Espíritu quien nos da la fuerza para obrar el bien.


72. ¿Por qué podemos elegir entre el bien y el mal?


Podemos elegir entre el bien y el mal porque Dios nos ha hecho libres y nos da su gracia para hacer el bien y evitar el mal. 

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