lunes, 14 de marzo de 2011

Sesión 37: celebramos la reconciliación

El sacramento con el que recibimos el perdón de los pecados ha recibido muchos nombres. Vamos a ver algunos de ellos. 


El sacramento del Perdón. Ya vimos en la anterior sesión que Jesús nos trae el perdón de Dios Padre. El pecado es ante todo una ofensa a Dios Padre. Jesús ha venido a buscar a los pecadores para llevarlos a su casa del Cielo y para que allí puedan recibir el abrazo del Padre y gozar del Banquete eterno. El sacramento del Perdón es un signo de que nuestros pecados están perdonados y de que Dios nos espera en el Cielo para celebrarlo. 


El sacramento de la Penitencia. Las ofensas a Dios merecen un castigo, puesto que no hay nada más injusto que el pecado. Dios nos ha dado todo gratuitamente y sólo hace el bien... y nosotros en cambio le ofendemos con nuestros pecados. Es justo que ofrezcamos sacrificios que manifiesten nuestro arrepentimiento y nuestros propósitos de enmienda. El sacramento de la Penitencia nos hace participar en la pasión y muerte de Cristo, de manera que son sus méritos infinitos los que nos salvan a nosotros de las penas merecidas por nuestros pecados. Es Jesús el que paga el precio de nuestro rescate con su sangre. Sin embargo, Él nos anima a participar también con nuestras penitencias, es decir, con las penalidades de la vida y más concretamente con las que que nos impone el sacerdote cuando nos confesamos. 


Imagínate que hubieras desobedecido a tus padres que te prohibían jugar en el salón de tu casa y, en consecuencia, hubieras roto un jarrón de gran valor. Tú sabes que ellos te perdonarán, si reconoces tu falta bien arrepentido. Sin embargo, no te debe de extrañar que te castiguen durante un tiempo para que ayudes con tu propio dinero a reparar el daño causado. No te hacen pagar exactamente todo, pues tú necesitarías años para cubrir ese importe. Les basta con que participes con algo de tu propio bolsillo y fruto de tu esfuerzo y del sacrificio. En el fondo, es muy de agradecer que Dios nos trate así. Es una maravilla que nos perdone la culpa de nuestros pecados y también lo es que a través del sacerdote nos imponga una penitencia para reparar los daños producidos por ellos. Eso nos hace mucho bien. El pecado, en efecto, no sólo ofende a Dios sino que también nos hace daños a nosotros mismos. La penitencia es la medicina que nos cura. Por esta razón se llama el sacramento de la Penitencia. 


El sacramento de la Reconciliación. Los pecados no sólo son una ofensa a Dios y dañan a los pecadores que los realizan sino que también producen una ofensa y un daño a los demás. Todos los pecados, incluso los que se cometen sólo con el pensamiento, son nocivos para la Humanidad e incluso para la Naturaleza. El pecado es un desorden en el mundo. Aunque Dios nos perdonara, sería necesario que alguien que representa a la Iglesia, mundo y al cosmos nos reconciliara con ellos. Eso es precisamente lo que hace el Sacerdote, con el poder de Jesucristo, nos perdona de los pecados confesados y al mismo tiempo nos reconcilia con la Iglesia, con los demás hombres y con el mundo entero. 


Hay que tener en cuenta que si una persona se confiesa, por ejemplo, de haber robado una cantidad de dinero, el sacerdote sólo le perdonará el pecado si el penitente tiene la intención de restituir el dinero robado. Las faltas contra la justicia sólo se perdonan si se restablece el desequilibrio producido. Una vez éste se ha producido, entonces el sacerdote puede reconciliar al pecador con la Iglesia y con el mundo. 


El sacramento de la Alegría. Una de las experiencias más comunes de este sacramento es el de causar una gran alegría en el penitente. No es para menos. Especialmente cuando han sido perdonados pecados graves, la Vida vuelve a brillar y la gracia de Dios corre de nuevo por las venas del alma. La puertas del cielo se abren de nuevo. En el corazón entra aire puro y limpio y ya se puede volver a respirar. En una ocasión, los discípulos volvían muy contentos después de un día de predicación del Evangelio y comentaban a Jesús que hasta los demonios se les sometían. Entonces Jesús les dijo cuál debía de ser el motivo de su alegría: "alegraos más bien de que vuestros nombres estén escritos en el libro de los cielos". 


Pero hay otra cosa más bonita todavía. El motivo más importante para estar alegres es que cada vez que un pecador se arrepiente y hace penitencia en el Cielo se ponen de fiesta. Es decir, que todos los santos y los ángeles del Cielo hacen fiesta porque un pecador se arrepiente aquí en la Tierra. ¿Y sabes por qué? Porque los que más se alegran son las tres Personas divinas. 


Los únicos que se ponen tristes son los demonios y aquellos que piensan como los demonios. Ya recordarás que en la parábola del Padre misericordioso se explica que se organizó una gran fiesta para celebrar el regreso del hijo pródigo. Todos en la casa se alegraron con el Señor de la casa, porque su hijo había regresado a casa después de mucho tiempo. Sin embargo, el hermano mayor se enfadó mucho y no quería participar en la fiesta. Entonces, el padre, con mucha paciencia y comprensión le dijo estas palabras: "hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero había que celebrarlo y alegrarse, porque ese hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado" (Lc 15, 32).


Fórmulas de la fe


67. ¿Quiénes presiden la Eucaristía?


La Eucaristía la presiden los obispos y los presbíteros como representantes de Cristo.


68. ¿Qué es la Unción de enfermos?


La Unción de enfermos es el Sacramento que nos fortalece en la enfermedad y ayuda a los que están en peligro de muerte, uniendo su sufrimiento al sufrimiento de Cristo. 


69. ¿Qué es el Sacramento del Orden sacerdotal?


Es el Sacramento por el que algunos bautizados son consagrados para ser ministros en la Iglesia y continuar la misión que Cristo dio a los Apóstoles. 

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