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lunes, 21 de febrero de 2011

Sesión 13: Jesús nos anuncia el Evangelio

 Se suele decir que "las palabras se las lleva el viento", porque con mucha frecuencia los hombres mienten para conseguir sus intereses. Por eso muchos, piden a los demás que pongan las cosas por escrito, para que quede una prueba. Así sucede en muchos contratos y negocios humanos. Cuando el asunto es muy importante, se les pide a las personas que juren, es decir, que pongan a Dios por testigo de la verdad de las cosas que dicen. 

Así sucede, por ejemplo, en los juicios en donde se debe prestar testimonio bajo juramento. 

Dios no tiene este problema, porque su Palabra no es una palabra humana sino divina. Ya lo vimos en la tercer sesión -Dios nos habla: la Palabra de Dios- cuando explicamos que en Dios decir y hacer es lo mismo: "Hágase la luz" y "la luz se hizo". 

El mismo poder que tiene la Palabra de Dios al crear las cosas, vemos que lo tiene Jesús. Es totalmente lógico, pues Él es la Palabra de Dios que se ha hecho carne. Jesús es perfecto hombre y perfecto Dios. Su Palabra es palabra humana con eficacia divina, porque es la Persona divina la que la pronuncia. Esto lo veremos mejor más adelante. 

Ahora nos interesa quedarnos con esta idea: Jesús es el Enviado del Padre. Su palabra es eficaz y lo que dice se hace y se cumple. No hay nada ni nadie que pueda resistirle. Cuando un pelotón de soldados romanos fueron a buscarlo al huerto de los olivos para prenderlo, ya sabéis que Judas le traicionó con un beso en la mejilla. "Él les preguntó: - '¿A quién buscáis?'. Le contestaron: - 'A Jesús el Nazareno'. Díceles: 'Yo soy'. Cuando les dijo: 'Yo soy', retrocedieron y cayeron en tierra" (Jn 18, 4-5). Fijaos la fuerza que tiene la Palabra de aquél que es el que Es. Los soldados caen por tierra. 

Los sabios del mundo son ciegos que guían a otros ciegos
Pero, ¿cómo puede ser que la gente que oía la predicación de Jesús no se convenciera en seguida de que Él es el Hijo de Dios? ¿Cómo es posible que no le aceptaran y que acabaran traicionándolo, entregándolo a los romanos, pegándole latigazos y dándole muerte en la Cruz? Si su Palabra es tan poderosa, ¿cómo es que no logró siquiera defenderse a sí mismo?
Aquí está gran parte del misterio del mal en el mundo. De manera parecida a como no fue acogido cuando nació en Belén, porque los suyos no le recibieron, así tampoco fue recibido en Jerusalén sino que los Sumos Sacerdotes le condenaron a muerte. La Palabra de Dios es poderosa pero no quiere forzar ni obligar a nadie. La verdad se propone y no se impone. Dios no quiere esclavos ni robots que le amen por la fuerza, sino que quiere ser amado libremente. 
En Jerusalén sucedió una cosa muy extraña. Las personas que tenían más conocimiento y eran aparentemente más sabias, resulta que no reconocieron a Jesús e incluso le acusaron de muchas cosas: dijeron que estaba loco, que estaba endemoniado e incluso un hereje y un blasfemo. En cambio, los más ignorantes, la gente sencilla -pescadores, agricultores, artesanos- oyó con alegría el Evangelio de Jesús.  "Te doy gracias, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla" (Lc 10, 2). 

Jesús es el Salvador. Quien desea ser salvado, quien se reconoce pecador y necesitado del perdón de sus pecados, fácilmente reconoce a Jesús como salvador, escucha su palabra y deja que el Evangelio le transforme. En cambio, quienes no son sencillos, quienes son cegados por la soberbia y quieren ser ellos mismos quienes se salven por sus propios méritos y acciones, éstos ya no reconocen a Jesús. Le ven pero no le reconocen. 

Por esta razón Jesús explicó quiénes son las personas más felices en la Tierra. No son aquellos que tienen dinero o riquezas, quienes son más listos o más inteligentes, quienes tienen más poder e influencia. Los bieneaventurados, es decir, los inmensamente felices son los que "lloran", los pobres en el espíritu, los perseguidos por causa de la justicia, los mansos, los limpios de corazón y los pacíficos. Deben ser felices porque de ellos es el Reino de los Cielos. Aunque sufran injusticia y todo tipo de dolores, son felices porque saben que Dios les salva.

Jesús también enseñó que el Reino de los cielos es de los niños. ¿Qué significa eso? Los niños son sencillos y nada complicados. Dicen lo que piensan y cuando tienen necesidad piden ayuda. Viven siempre en el momento. No están preocupados ni por el futuro ni por el pasado, es decir, ni por los éxitos que quieren conseguir ni por los fracasos que hayan podido sufrir. Están totalmente felices y tranquilos porque sus padres les quieren. Pues así tienen que ser los cristianos: hijos de Dios, que viven confiadamente porque Dios les ama y no deja que les suceda nada malo.

Este es el núcleo del Evangelio: que Dios ha venido a salvar lo que estaba perdido y no a condenar a los hombres. Por lo tanto, quienes son humildes y sencillos reconocen el Evangelio y quienes son soberbios y orgullosos, no. "Dios resiste a los soberbios y a los humildes da su gracia", enseñan las Escrituras.

Antes de subir al Cielo Jesús envió a sus Apóstoles a predicar el Evangelio y a bautizar a las gentes. Todos los cristianos somo apóstoles de Jesús y debemos extender el Evangelio hasta el fin del mundo. "Así como mi Padre me ha enviado, así os envío yo". Eso significa que los cristianos pueden predicar el Evangelio con mucha fuerza, porque son enviados por el mismo Jesús. 

Predicar el Evangelio es mucho más que dar una buena noticia, como hacen los periódicos o los telediarios. 

Cuando los reyes antiguos enviaban un mensajero a una ciudad para que llevara allí un mensaje, lo que allí se mandaba tenía mucho poder, porque era el rey quien estaba detrás con toda su autoridad. Así también nosotros, que somos apóstoles de Jesús, podemos hablar a los demás con palabras que vienen de Dios y que, por eso, tienen mucha fuerza y son eficaces. "Quien a vosotros recibe, a mí me recibe; quien a vosotros os rechaza, a mí me rechaza". 

Fórmulas de la Fe

23. ¿Abandonó Dios a los hombres después del primer pecado?

Dios no abandonó a los hombres sino que tuvo misericordia de ellos, les tendió la mano y les prometió un Salvador, Jesucristo.

24. ¿Quién es Jesucristo?

Jesucristo es el hijo de Dios hecho hombre, que nació de la Virgen María por obra y gracia del Espíritu Santo. Es verdadero Dios y verdadero hombre. 

lunes, 31 de enero de 2011

Sesión 10: Jesús, el Mesías, nace en Belén

¿Cuál es el mejor negocio de este mundo?

Es ésta una buena pregunta que el catequista puede dirigir a los niños. Después de que hayan hablado ofreciendo sus respuestas, se les puede dar una: comprar a una persona por lo que vale y venderla por lo que cree que vale. Con mucha frecuencia, los hombres nos consideramos mucho mejor de lo que somos y tendemos a despreciar a los demás. La soberbia o el orgullo nos ciegan. Agrandamos nuestros virtudes y estamos ciegos para ver los defectos. Vemos la mota de polvo que hay en el ojo del prójimo y no advertimos la paja que hay en el nuestro.

¿Cuál es el peor negocio de este mundo? El que ha hecho Jesucristo, quien siendo Dios ha querido encarnarse, es decir, hacerse hombre, haciéndose semejante a nosotros en todo excepto en el pecado. Él nos ha entregado su Vida, convirtiéndonos en Hijos de Dios, mientras que a cambio ha recibido nuestra pobre condición humana, sujeta a la enfermedad y a la muerte.

En realidad, Jesús no ha venido a la Tierra para hacer un negocio, sino para salvarnos a todos. Ese ha sido para nosotros el mejor negocio del mundo, puesto que siendo hombres estamos invitados a tener una Vida eterna de felicidad en el Cielo.

Él nos abre las puertas del Cielo y en cambio nosotros le dejamos nacer en un establo. Porque ésta es otra maravilla, el que Dios haya querido nacer en un establo. Jesús es Dios. Luego Dios nació en un establo.

Le envolvieron en unos pañales y le recostaron en un pesebre, una "cuna" improvisada en la que habitualmente comían los animales. Los pesebres suelen estar en los establos, lugar donde viven los animales.
Deberíamos estar maravillados ante este hecho extraordinario. Dios ha nacido en un establo. ¿Es éste el nacimiento que le conviene a Dios?

Un niño le preguntó a su padre: "Papá, ¿por qué nació Jesús en un establo?" He aquí una pregunta difícil de contestar. Hay muchas razones para responder a ella y algunas de ellas son contradictorias o por lo menos parecen incompatibles.

Dios es omnipotente y pudo nacer como quiso. Si lo hizo en Belén y en un establo, eso es precisamente lo que quiso. Nació en Belén porque le dio la gana. He aquí una respuesta que tiene un importante fundamento: desde el momento en que nació en un establo, estamos ante una lección de Dios a la Humanidad. Una lección de humildad, de sencillez, de pobreza, de solidaridad, de esperanza. Qué bien nos viene rezar y contemplar el misterio de Dios nacido en un establo. Nunca agotaremos la riqueza que se encierra en él.

Si Jesús quiso nacer en un establo, también tenemos que admitir que ése es el nacimiento que le convenía a Dios.

Sin embargo, ¿es absolutamente cierto que Dios quiso nacer en un establo? ¿No es más exacto decir que Dios nació en un establo porque sus padres no encontraron otro lugar mejor para que Jesús viniera al mundo?

"Los suyos no le recibieron"
San Juan explica que el Verbo "vino a los suyos, pero los suyos no le recibieron" (Jn 1, 11). Palabras terribles que nos ponen ante la realidad: Dios hubiera querido otro nacimiento para su Hijo, puesto que hubiera deseado que "los suyos" le hubieran acogido. Si le hubiera recibido en sus casas, no habría sido necesario ir a nacer en un establo.

¿Quiénes son "los suyos"?

Los suyos pueden ser en primer lugar los descendientes de David. José fue a empadronarse a Belén, porque ésta era la ciudad de David. Si José se presentó ante estos parientes para que ellos dieran cabal cumplimiento a las promesas mesiánicas, el caso es que ellos "no le recibieron".

Los suyos son también los habitantes de Belén. María y José buscaron un ambiente adecuado, una casa que les pudiera albergar, pero no lo encontraron. "No había lugar para ellos en la posada", dice lacónicamente san Lucas.

Los suyos son los israelitas, que no le recibieron.

Los suyos son los hombres, que siguen sin recibirle.

Los suyos somos nosotros, que tantas veces no le recibimos. Esperamos en Dios, buscamos su cercanía, pero muchas veces cuando Él viene a nosotros no tenemos lugar para Él y le alejamos de nuestras casas y de nuestros corazones.

En definitiva, Dios quiso nacer en un establo para que nos demos cuenta de que no había para Él otro lugar en el que nacer. No le dejamos sitio. No queremos que Él reine entre nosotros. Así que Dios sigue naciendo en nuestros días en un establo. 

En Belén, Jesús nos da muchas enseñanzas. Nos enseña que ha querido ser pobre y que quiere especialmente a los pobres. Nos enseña también que ha venido a sufrir y que nos salvará con su sufrimiento.

¿Qué es lo primero que hace un bebé en el momento de nacer?

Existe una palabra específica para ello: el vagido, es decir, el gemido o llanto propio del recién nacido. Tiene algo de grito estridente. Está causado por el dolor que produce la expansión de las pleuras pulmonares, que se hinchan como un globo con la primera respiración. Eso es muy doloroso. Y el niño grita con todas sus fuerzas.

A mí me gusta considerar que el primero y el último de los actos de Jesús sobre la Tierra fueron precisamente un grito. Desde ese momento, para que no nos quepan dudas de sus intenciones, Jesús se solidariza con todos los hombres y las mujeres que sufren, cualesquiera que sean las razones o la naturaleza de ese sufrimiento.

Ese grito es tan poderoso -es el grito del Hijo de Dios- que " traspasará las nubes y no reposará hasta que llegue, ni se retirará hasta que el Altísimo le mire" (Ecl 35, 20). Ese grito no ha dejado de resonar, porque se ha unido a las angustias de cada generación. Jesús grita en nosotros. Nos pide que también nosotros gritemos con Él y con todos cuantos sufren. Ese grito es todopoderoso.

Grita: "Basta ya" para que cese el mal en el mundo, para que los corazones de piedra se rompan y se conviertan. El dolor se convierte en gozo al saber que es un grito eficaz.