martes, 22 de febrero de 2011

Sesión 36: Jesús nos trae el perdón de Dios Padre

La noticia más bonita del Evangelio es que Dios es nuestro Padre y que nos quiere tanto que ha enviado a su Hijo para que el que crea en Él se salve. 


Y quizá la manera más bonita de contarnos esto ha sido la parábola del Padre misericordioso. 


La imagen que los antiguos judíos tenían de Dios era a la vez tierna y terrible. Dios era presentado por los profetas como un Dios que ama a su pueblo como una madre ama al hijo de sus entrañas, es decir, con infinita ternura. Pero, al mismo tiempo, eran frecuentes manifestaciones de la tremenda majestad de Dios que hablaba desde la nube y en medio de la violencia de los rayos y del estruendo de los truenos. Era muy fácil pensar que Dios estuviese enfadado y con deseos de castigar a los hombres por sus muchos pecados.


Sin embargo, Jesús nos da una imagen muy diferente de Dios. Nuestro Padre Dios no está enfadado con nosotros, sino terriblemente dolido y preocupado por nosotros. Quiere que los hombres se salven, es decir, que sean eternamente felices con Él en el Cielo, pero ve con dolor que los caminos de los hombres se alejan de Él y muchas veces conducen al precipicio. A pesar de todos sus esfuerzos para convencernos de que Él sólo busca nuestro bien y nuestra felicidad, los hombres siguen desconfiando de Dios y son muchos los que incluso prefieren negar su existencia. 

En la parábola de la que os hablaba antes, Jesús nos habla de un padre que tenía dos hijos. Se trataba de un padre muy rico, que tenía muchas posesiones y en cuyas tierra trabajaban muchos jornaleros. El hijo mayor era muy responsable. El hijo menor, en cambio, sólo pensaba en pasárselo bien. 


Al hijo menor le aburría la casa y el pueblo en el que vivía. Se pasaba el día soñando en conocer nuevos lugares y en tener muchas aventuras. Así que un día se animó a pedirle a su padre la parte de herencia que le correspondía. No hace falta que te diga que esta era una acción horrible y muy lamentable: las herencias se consiguen después de la muerte y no en vida de los padres. Era tanto como decirle: 


- Papá, como veo que no te acabas de morir y yo no quiero esperar más tiempo, dame la parte que me toca de todos tus bienes, que me quiero ir de aquí.


Uno se podría esperar que el Padre se enfadase y lo deseheredase -es decir, lo expulsara de su casa sin ningún bien ni dinero- o por lo menos que lo castigase por esa ofensa al honor paterno. Sin embargo, este padre es misericordioso y -aunque con profunda pena- le concedió a su hijo lo que le pedía. Es de imaginar que el hijo mayor, al enterarse, se habría enfadado mucho y que a partir de ese momento hubiese comenzado a odiar a su hermano pequeño.


El caso es que el hijo pequeño se llevó el dinero que le había dado su padre y se fue de casa para vivir su vida. Si la historia se hubiese contado hoy, se diría que se fue a Las Vegas, es decir, un lugar a donde la gente va para gastar el dinero de mala manera: en el juego y en los vicios. Como tenía mucho dinero, parecía que no se iba a acabar nunca, sin embargo, en esta vida todas las cosas se acaban. Al quedarse sin dinero para seguir viviendo, comenzó a buscar trabajo, pero nadie se fiaba de él. Empezó a pasarlo muy mal y a tener hambre. Alguien le dio un empleo, pero se trataba de un trabajo que era odioso para un judío: tenía que dar de comer a los cerdos. Y los cerdos son animales impuros para los judíos. Así que no podía haber caído más bajo. 


Por si fuera poco, el sueldo era tan miserable que no le daba para comer todos los días. Mientras sus cerdos eran alimentados varias veces al día, él en cambio no tenía para comer siquiera las algarrobas que entregaba a los puercos. 


¿Pensaba en su padre? No, porque era un egoísta. 


Pero un día se le ocurrió pensar que como su Padre era tan bueno, seguro que le dejaría trabajar en sus tierras como un jornalero más. Y entonces dijo para sus adentros esta frase que vale la pena memorizar:


- "Me levantaré e iré a mi padre y le diré: 'Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, ya no soy digno de ser hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros'" (Lc 15, 18-19).


Aquí tenemos un arrepentimiento. El hijo está dispuesto a pedir perdón a su padre. Ahora se da cuenta de lo mucho que ha perdido y de que no merece nada. Por eso, no le pedirá que le deje entrar otra vez en la casa -"no es digno de ser hijo suyo"- sino que le permita trabajar en el campo para ganarse la vida. 


Se trata de un arrepentimiento imperfecto y egoísta, pues lo que le duele no es haber ofendido a su padre, sino estar pasándolo muy mal al no tener casi para vivir. 


Y aquí está la maravillosa noticia que nos trae Jesús. El padre de la parábola es misericordioso. Durante todo el tiempo que su hijo ha estado fuera, Él ha estado esperando su regreso y queriendo tener noticias de él. Si la historia hubiese sido contada en nuestros días, podríamos decir que abría todos los días el correo electrónico para ver si había algún mensaje de su hijo. Sin embargo, nunca recibió ninguno. Pero no se desmoralizaba. Todas las tarde salía al balcón, para ver si su hijo se acercaba a la casa caminando por el sendero polvoriento. 


Y una tarde cualquiera se dio cuenta de que su hijo estaba entrando por la puerta de la finca. Entonces, lleno de emoción por la alegría, el padre salió a su encuentro y le dio un fuerte abrazo:


"Cuando todavía estaba lejos, su padre, lo vio y se conmovió y, echando a correr, se le echó al cuello y le cubrió de besos" (Lc 15, 20). 


En este momento, puedes preguntar a los niños de catequesis, qué piensan que debería hacer el padre. ¿Debería castigarlo? ¿Debería darle trabajo como un jornalero más, aceptando lo que él pedía? 


La reacción de padre es sorprendente. No sólo perdona a su hijo, sino que se olvida absolutamente de todas las ofensas que ha recibido y de que no le hubiera mandado ninguna noticia suya en ese tiempo. Manda a sus criados que le lleven a la casa, que le preparen un baño, que le den ropa nueva y también nuevo calzado y que le preparen una gran fiesta. 


Así es lo que hace Dios con nosotros cuando nos acercamos a pedirle perdón en el sacramento de la Penitencia. Aunque no estemos del todo arrepentidos y haya mucho egoísmo en nuestra vidas, basta que nos arrodillemos y nos arrepintamos de esos pecados, para que el Señor nos los perdone y nos permita participar en el sacrificio de la Misa, que es la fiesta por excelencia. 


Fórmulas de la Fe


64. ¿Está Jesús realmente en la Eucaristía?


Sí, por la acción del Espíritu Santo, Jesús está realmente presente en la Eucaristía: lo que parece pan y vino es el Cuerpo y la Sangre del Señor.


65. ¿A qué nos invita el sacerdote cuando dice: "podéis ir en paz"?


El sacerdote nos envía a compartir la fe, la paz y todo lo nuestro con los hombres.


66. ¿Qué hace en nosotros la Eucaristía?


La Eucaristía nos une más a Cristo y a la Iglesia, nos fortalece en la vida cristiana y nos hace crecer en el amor al prójimo.

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