martes, 26 de octubre de 2010

Sesión 24 de Jesús es el Señor. El Espíritu Santo da vida a la Iglesia

Esta catequesis corresponde a la sesión 24 del Catecismo Jesús es el Señor, que será impartida por los catequistas a los alumnos de 3º EP en el curso 2010/11.

La Iglesia no se puede definir. Para hablar de ella, la Biblia emplea imágenes o símbolos, que nos dan idea de esta realidad que no podemos llegar a comprender del todo. Todas las imágenes son imperfectas, pero juntas nos dan una idea bastante acabada del misterio de la Iglesia:

La Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo: así como en la persona hay un cuerpo que tiene muchos miembros, así Cristo es la Cabeza de ese Cuerpo que es la Iglesia. Si crees en Cristo, significa que también crees en la Iglesia, porque si no sería como quedarse sólo con una cabeza sin cuerpo. Este cuerpo que es un cuerpo vivo tiene también un alma: es el Espíritu Santo.

La Iglesia es la Viña del Señor. ¿Has estado alguna vez en una pérgola bajo una una parra, disfrutando de su sombra y gozando de sus frutos? La Iglesia es como una viña en la que el Señor se goza y disfruta.

La Iglesia es la familia de los Hijos de Dios. Jesucristo se ha hecho hombre para que nosotros nos hagamos Hijos de Dios. Muriendo en la Cruz, ha perdonado nuestros pecados y ha instituido los sacramentos por los que nos hacemos y vivimos como hijos de Dios.

La Iglesia es la Esposa de Cristo. Así como Eva salió del costado de Adán y fue formada con su costilla, mientras éste dormía plácidamente, así también la Iglesia -como nueva Eva- salió del costado abierto de Cristo, cuando éste moría dando su vida por nosotros. Un esposo y una esposa comienzan a vivir juntos toda la vida a partir de la boda. Jesús vive en la Iglesia mediante los Sacramentos y por el Espíritu Santo.

La Iglesia es también el Pueblo de Dios, que peregrina en esta Tierra hacia el Cielo, que es la Tierra Prometida por Dios a los que creen en Jesucristo.
Jesucristo es judío, es decir, pertenece al pueblo de Israel. Israel fue el Pueblo de Dios durante unos siglos -en cierto sentido lo sigue siendo, puesto que los dones de Dios son eternos- pues de entre todas las tribus y naciones de la Tierra, Dios escogió a Abraham y a sus descendientes para que ellos fueran SU PUEBLO y Él fuera SU DIOS. Entre Israel y Dios hubo una Alianza de amor, que Él estrechó con su pueblo en el Sinaí, una montaña de aquel desierto por el que el pueblo de Israel estuvo durante cuarenta años. El desierto fue elegido por Dios para que Israel se convirtiese realmente en el Pueblo de Dios, para entregarle las Tablas de la Ley con los diez Mandamientos. Los cuarenta años que pasaron en el diesierto fueron para Israel algo así como el viaje de novios para unos recién casados. Se trata de una experiencia de Amor en el que los esposos, Dios y su Pueblo, vivían el uno para el otro.

Este periodo de la Historia de Israel fue muy importante. Dios los liberó de la esclavitud del Faraón haciéndoles pasar por medio del mar rojo de manera prodigiosa; les alimentó todos los días con el maná que hacía bajar del Cielo, les dio a beber del agua que manó de la roca; estuvo presente en medio de su pueblo en medio de una nube que permanentemente les acompañó durante todas las etapas.

Dios quiso que Moisés construyera una Tienda que recibió el nombre de MORADA porque en ella Dios estaba siempre en medio de su pueblo: en forma de nube durante el día; en columna de fuego durante la noche. Ningún otro pueblo tenía a Dios tan cerca y tan próximo.

Sin embargo, todas las cosas que sucedieron al Pueblo de Israel lo fueron en previsión y en figura de Cristo y su Iglesia: los cristianos somos el nuevo Pueblo de Dios que hemos sido liberados del pecado (Egipto) y renacido en Cristo por medio del Bautismo (Mar Rojo) alimentados por el pan de la Eucaristía (maná) y que tenemos siempre en nuestros corazones del Espíritu Santo, puesto que ahora somos nosotros el Templo o Morada de Dios (nube).

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