martes, 29 de marzo de 2011

Sesión 39: Escuchamos la Palabra de Dios

Cuando participes en la Eucaristía en tu parroquia, procura identificar tres lugares muy importantes situados en el presbiterio. (El presbiterio es el espacio en el que se desarrolla el culto eucarístico). 


Estos tres lugares son el altar, el ambón y la sede. 


El altar es la mesa del pan eucarístico, en donde se realiza el sacrificio. Es el símbolo del sacerdocio de Cristo.


El ambón es la mesa de la Palabra. De ella hablaremos hoy de manera particular. Es el símbolo de Cristo Maestro y profeta.


La sede es el lugar donde se sienta el celebrante. En las iglesias catedrales, la sede es particularmente importante por que allí se sienta el Obispo y desde allí preside y apacienta su diócesis. Es el símbolo de Cristo Pastor y Rey.


En la mesa de la Palabra -que recibe el nombre de ambón- la Iglesia celebra la liturgia de la Palabra. Podemos distinguir varios momentos.


1ª Las lecturas. (Los domingos y fiestas se suelen leer dos lecturas: una primera del Antiguo Testamento y una segunda que se toma del libro de los Hechos de los Apóstoles o de alguna de las epístolas).


En las lecturas es muy importante que el lector se dé cuenta de que no está leyendo sólo para sí mismo sino que está proclamando la Palabra de Dios, que debe de servir de alimento espiritual a los oyentes. Eso significa que debe de leer despacio, vocalizando, en voz alta y clara, sin chillar, cuidando las pausas. 


Antes de leer, el lector hará bien en ensayar un poco antes en el mismo ambón: preguntando qué tiene que decir exactamente: por ejemplo, no hay que decir nunca primera lectura, porque eso se da por entendido, y siempre hay que acabar con la expresión clara y distinta: Palabra de Dios. A lo que la asamblea responderá diciendo: - Te alabamos Señor. 


Después de la Primera Lectura, tiene lugar el Salmo responsorial. Por lo general, es conveniente que quien entone o lea el salmo sea alguien distinto al lector de la primera lectura. De esta manera, se podrá comprender mejor que mientras la Primera Lectura es Dios quien habla a su pueblo; en el Salmo responsorial, en cambio, es la Iglesia la que responde agradecida, elevando su voz hacia el Señor. El salmista es un oficio importante. Los salmistas suelen ser buenos cantores.


El Papa muestra el Evangeliario


El Sacerdote dice "El Señor esté con vosotros" y el pueblo responde: "Y con tu Espíritu". A continuación el Sacerdote hace la señal de la Cruz sobre el libro (para indicar y manifestar la presencia de Cristo en esa Palabra), en la mente, en los labios y en el corazón. Mientras tanto dice el Evangelio que va ser a proclamado, a lo que el pueblo responde también signándose en la frente, en los labios y en el pecho y diciendo estas palabras: gloria a ti Señor. 


Al terminar la lectura del Evangelio, el sacerdote besa el libro y pronuncia con solemnidad: Palabra del Señor.


Fórmulas de la Fe


73. ¿Cuál es el mayor obstáculo para seguir a Jesús?


El mayor obstáculo para seguir a Jesús es olvidarnos de Él y de sus mandatos en la vida diaria. 


74. ¿Cómo seguir a Jesús?


Seguimos a Jesús cumpliendo la voluntad de Dios, manifestada en los Diez Mandamientos, tal y como los vivió y nos los enseñó Jesús y nos ha transmitido la Iglesia.

lunes, 28 de marzo de 2011

Sesión 16: Jesús ora y cumple la voluntad de su padre

Hay una diferencia importante entre rezar y orar. 


Rezar es decir una oración que, por lo general, ya nos sabemos de memoria. Así es muy aconsejable rezar por las mañanas un ofrecimiento de obras, es decir, una oración en la que ofrecemos a Dios todas las cosas que vamos a hacer en ese día. Es una oración muy buena, porque así dirigimos nuestro corazón a Dios. Si lo hacemos todos los días, entonces sin darnos casi cuenta habremos ofrecido toda nuestra vida a Dios. También rezamos por la noche las oraciones que nuestros papás nos han enseñado: hay quien reza todas las noches tres avemarías. 


Los rezos son importantes porque hacemos propias las peticiones y los sentimientos que se contienen en las oraciones tradicionales y porque mediante ellos concretamos un modo de cumplir el primer mandamiento de la Ley de Dios: Amarás a Dios sobre todas las cosas. Si no nos acordáramos de Él ni por la noche ni por la mañana temprano, difícilmente podríamos decir que le amamos sobre todas las cosas y con todas nuestras fuerzas. 


Así, la oración del cristiano es el Padrenuestro, porque en ella se contienen todas las cosas que debemos desear y pedir a nuestro Padre Dios. Si rezamos el Padrenuestro con atención y dándonos cuenta de lo que pedimos a Dios nuestro corazón se irá pareciendo cada vez más al de Jesucristo.


Sin embargo, es también importante que descubramos la oración mental o del corazón. ¿En qué consiste? Pues muy sencillo, orar es hablar con Dios. 


Jesús vino a la Tierra para enseñarnos el camino hacia el Cielo. Si nos hacemos amigos de Jesús, Él nos enseñará cómo hablar y tratar a Dios Padre.  En una ocasión, Jesús nos enseñó que es preciso "orar siempre sin desfallecer", es decir, que tenemos que ser constantes y perseverantes en la oración. No basta con pedirle las cosas a Dios una vez: si tenemos interés verdadero en algo, será bueno insistir mucho una vez y otra, hasta que el Señor nos conceda lo que le pedimos. 


Pero hay mucha gente que sólo se acuerda de Dios cuando tiene alguna necesidad y sólo se dirige a Él para pedirle las cosas que le hacen falta. En esto hay algo de egoísmo. Las cosas que debemos de pedir son en primer lugar las que tienen mucha importancia para la sociedad y la Iglesia: que haya paz en el mundo, que las guerras terminen, que los pecadores se arrepientan de sus pecados, que los gobernantes de preocupen de gobernar buscando el verdadero bien de la sociedad, que las leyes respeten la Ley de Dios, que se ponga fin a la violencia doméstica, que todos los niños tengan una familia en la que descubran el amor... Estas oraciones son muy gratas a Dios porque son desinteresadas.


Si orar es hablar con Dios, eso significa que hay que contarle nuestras cosas y estar dispuesto a oír las que Él quiera contarnos. Es bueno encontrar algún momento en el día para contarle las cosas que nos han pasado. Es lo mismo que haces con tu madre, cuando le cuentas todo lo que ha sucedido en el colegio durante el día. Pues tu Padre Dios también quiere oírlo. Y Él también quiere contarte cosas. 


- Entonces, ¿es verdad que Dios nos habla? ¿Cómo lo hace?


Dios nos habla a través de las cosas que nos dicen nuestros padres y profesores. Si les obedecemos, por amor de Jesús, veremos que Dios nos bendice con alegría y paz. 


También aprendemos lo que Dios quiere decirnos cuando estamos atento en la Santa Misa y escuchamos la Palabra de Dios. 


Cuando le damos gracias por las cosas buenas que hemos recibido o cuando le pedimos perdón por los pecados que hemos cometido también oramos a Dios.


En conclusión, si buscamos la compañía de Jesús y le tratamos como un amigo, entonces Él nos ayudará a que busquemos también las ocasiones para dirigirnos a Dios Padre y para tratarle con la misma o con más confianza con la que tratamos a nuestros padres de la tierra. 


Fórmulas de la fe


30. ¿Qué hizo Jesús durante su vida pública?


Durante su vida pública, Jesús anunció e hizo presente la Buena Noticia de la Salvación: el Reino de Dios ya ha llegado a nosotros.


31. ¿Qué es el Reino de Dios?


El Reino de Dios es vivir la nueva Vida que Dios nos da, que es vivir en justicia, verdad, amor y paz.


32. ¿Cómo podemos participar en el Reino de Dios?


Podemos participar en el Reino de Dios si creemos en Jesús y, renovados por el Bautismo, amamos a Dios y al prójimo como Él lo hizo.





martes, 22 de marzo de 2011

Sesión 38: Celebramos la Eucaristía en el día del Señor

El mayor regalo que nos ha dado Jesús es la Eucaristía, es decir, el Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre que nos hace entrar en Comunión con Él, que vive y reina por los siglos de los siglos. 


Este Sacramento de la Eucaristía es el sacramento por excelencia puesto que no sólo recibimos la gracia de Dios -como ocurre en los demás sacramentos instituidos por Cristo- sino que recibimos la misma Persona de Cristo que se nos da como alimento para nuestras almas. 


Este Sacramento tan admirable podemos celebrarlo todos los días. De hecho los sacerdotes y muchos fieles suelen comulgar todos los días, porque nada hay más grande que la celebración de la Eucaristía. Es lo más importante que se puede hacer cada día. Sin embargo, la Iglesia no nos manda ir a misa todos los días, sino que sólo nos obliga a hacerlo los domingos y las fiestas de guardar. 


¿Por qué? Porque el domingo es el día del Señor, es decir, el día en que Jesucristo resucitó de entre los muertos y venció a la muerte, al pecado y a las fuerzas del mal en el mundo. Si creemos que Jesucristo es el Hijo de Dios que murió en la Cruz por nosotros los hombres y por nuestra salvación y que resucitó al tercer día, entonces comprenderemos que la Iglesia nos mande celebrar esta gran Fiesta dominical. 


Sin el domingo no podemos vivir. Esto es lo que contestó un mártir de Abitinia a quienes le preguntaron por qué razón se obstinaba en reunirse los domingos cuando eso estaba prohibido por el emperador de Roma. No les entraba en la cabeza que estuviesen dispuestos a morir por asistir a una simple reunión. Y la respuesta es clara: sin celebrar el domingo no podemos vivir. De la misma manera que sin la comida no puede alimentarse el cuerpo y antes o después llega la muerte por inanición, así tampoco cabe tener vida espiritual sin el alimento eucarístico. 


Jesucristo nos ha dado un mandamiento nuevo: que nos amemos los unos a los otros como Él nos ha amado. Sin la Eucaristía seríamos unos egoístas sin solución y no podríamos cumplir este mandamiento nuevo. Con la Eucaristía el Señor mismo se nos entrega para ayudarnos a vivir una vida como la suya, una vida de amor a los demás, de servicio y de entrega. 

Para el cristiano, el domingo es el octavo día de la semana. Eso no significa que ahora las semanas tengan ocho días, sino que  el domingo es el día del Señor resucitado. El que celebra la Eucaristía el domingo está ya uniéndose a la Fiesta que se celebra en el Cielo y en la que participan los ángeles y todos los santos. Celebramos que Jesús nos haya dado la Vida y también que nos haya dado una prenda: "el que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna y yo lo resucitaré en el último día" (Jn 6, 54). En la imagen puedes ver un edificio octogonal, es decir, de ocho lados. Se trata del baptisterio de san Juan Bautista que se encuentra en Florencia: allí, en el baptisterio, comienza la nueva Vida que nos trae Jesucristo; allí comienza para los bautizados el nuevo día, el octavo y definitivo Día del resucitado.


Antes de Jesús el principal día de la semana era el séptimo, es decir, el sábado. Dios mismo había dispuesto la obligación de santificar las fiestas y especialmente el día de sábado, porque en ese día Dios descansó después de haber creados todas las cosas. Sin embargo, a partir de la Resurrección de Cristo los cristianos ya no están obligados a cumplir todos los preceptos de la ley de Moisés, especialmente los que se refieren al culto propio de la Antigua Alianza. 


En el domingo los cristianos celebramos el sacrificio de la Nueva Alianza: "Este cáliz es la nueva Alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros" (Lc 22, 20). Por esta razón, han desaparecido ya todos los sacrificios antiguos y sólo queda éste: la Eucaristía. Como todos somos pecadores, "es justo y necesario" que demos gracias a Dios por habernos perdonado. Si no lo hiciéramos, seríamos unos desagradecidos. 


Además, Jesús nos da este sacramento maravilloso para que también nosotros podamos ofrecer sacrificios de alabanza, es decir, hacer cosas santas y agradables a Dios. Todos nuestros actos serían vanos e inútiles, incapaces de elevarse al cielo, sino fuera porque Jesús se encarga de presentarlos a Dios. San Pablo nos recomienda: "os ruego, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios" (Rm 12, 1). ¿Dónde y cuándo podemos ofrecer nuestros cuerpos de esta manera? Pues principalmente en la santa Misa: de allí sube el perfume de nuestra entrega a Dios como un humo agradable que asciende hasta las moradas celestiales. 


En la Santa Misa hay cuatro momentos en que el sacerdote dice estas palabras: "el Señor esté con vosotros". Es muy significativo que se repitan estas palabras. El Señor está realmente con nosotros en la Eucaristía. Está presente en la Palabra que es pronunciada desde el ambón; está presente en los cristianos reunidos en la asamblea para celebrar la Eucaristía y está especialmente presente bajo las especies del pan y del vino una vez han sido consagradas por el sacerdote. 


Para celebrar la Eucaristía hay que estar atento a cada una de estas "presencias" de Cristo entre nosotros. 


Fórmulas de la Fe. 


70. ¿Qué es el sacramento del Matrimonio?


Es el Sacramento que santifica la unión del hombre y de la mujer del que nace la familia cristiana como comunidad de vida y amor.


71. ¿Los cristianos podemos seguir a Jesús? 


Sí, podemos seguir a Jesús gracias al Espíritu Santo que vive en nosotros y nos ayuda a conocer lo bueno y lo malo. Es el Espíritu quien nos da la fuerza para obrar el bien.


72. ¿Por qué podemos elegir entre el bien y el mal?


Podemos elegir entre el bien y el mal porque Dios nos ha hecho libres y nos da su gracia para hacer el bien y evitar el mal. 

lunes, 21 de marzo de 2011

Sesión 15: Jesús hace cosas admirables

Mientras estuvo en la Tierra Jesús hizo cosas admirables. 


Siendo el Hijo de Dios quiso enseñarnos el camino del Cielo. Vivió treinta y tres años, de los cuales la mayor parte -los primeros treinta años- fueron muy normales. Nació y vivió pobremente. Salvo el período en que vivió en Egipto, la mayor parte de su existencia transcurrió en Nazaret en donde aprendió el oficio de artesano, aprendiendo de su padre, san José. 


¿Qué cosas admirables hizo durante estos treinta primeros años de su vida? Lo más admirable de este tiempo es precisamente la naturalidad y la sencillez con la que vivió, sin hacer cosas llamativas. Siendo todopoderoso, nunca quiso hacer uso de su poder para llamar la atención o que le aplaudiesen y le admirasen, así como tampoco para su uso personal y su comodidad. 


En cambio, a partir del momento en que fue bautizado en el Jordán, Jesús comenzó a cumplir públicamente su misión de Salvador del mundo. Realmente, esta misión la comenzó a desempeñar desde el mismo momento en que comenzó a existir ya en el seno de su madre, pero ahora nos referimos a que a partir del Bautismo, Jesús se presentó al mundo como un profeta que traía al mundo el Reino de Dios.  


Este anuncio lo hizo con palabras y con obras. Hay cosas que son sobrenaturales, porque es imposible que las pueda realizar un hombre o criatura alguna. Reciben el nombre de milagros. ¿Por qué hacía milagros después de su Bautismo y, en cambio, no los realizó antes? Porque con sus milagros quería mostrar que efectivamente el Reino de Dios había llegado a los hombres, porque sólo Dios podía hacer las cosas que Él hacía: curar enfermedades incurables, expulsar a los demonios, calmar una tempestad en el mar, por poner algunos ejemplos. "Si no creés en mí, creed al menos en las obras que yo hago", les decía a los judíos incrédulos. 


Los milagros son signos de que ha llegado el Mesías prometido. En este sentido hubo dos signos muy importantes en la vida de Jesús:


El primero fue la conversión del agua en vino, en Caná de Galilea.

Tenía Jesús treinta años y había sido invitado a una boda, junto con su Madre y sus discípulos. En aquel tiempo, las bodas podían durar varios días e incluso semanas. Así que no es extraño que después de varias jornadas el vino pudiera acabarse.
Eso es lo que ocurrió en Caná. La Virgen María se dio cuenta de lo que pasaba. Fue al encuentro de su Hijo y le expuso el problema: «No tienen vino» (Jn 2, 3).


Jesús se dio cuenta de que la situación en que se encontraban los esposos de Caná era la misma en la que estaba la Humanidad alejada de Dios, bajo el poder del demonio, del pecado y de la muerte. Si el vino es signo de la comunión de Dios y los hombres, Jesús entendió que ese «no tienen vino» se refería al hecho de que era la humanidad la que se encontraba sin vino.

Y entonces hizo el milagro.

Pidió a los sirvientes que llenaran unas tinajas de agua. Y los criados la llenaron hasta los bordes. Entonces Jesús les dijo: «sacad ahora y llevadlo al maestresala». Y así lo hicieron.
El maestresala −que no sabía nada de lo que había sucedido− se dirigió al esposo y le dijo: «todos sirven primero el vino bueno, y cuando están bebidos, el peor; pero tú has guardado hasta ahora el vino bueno». ¿Qué es lo que había pasado?

Que Jesús había convertido el agua en vino. Y el vino de Jesús era muy bueno. Mucho mejor que el que los esposos habían ofrecido a sus invitados.

Jesús convirtió 600 litros de agua en el buen vino de las Bodas.

Este fue el primer signo de Jesús, el Esposo de la Humanidad. Fue una manera de decir: «Ya he llegado. El Mesías que todos estabais esperando, ha venido por fin, y aquí tenéis el signo». Los discípulos lo entendieron así. Así lo explica san Juan: «Esto es lo que, como principio de los signos, hizo Jesús en Caná de Galilea, y manifestó su gloria y creyeron en Él sus discípulos» (Jn 2, 11).

El segundo signo más importante es la multiplicación de los panes y de los peces en el desierto. Jesús no podía predicar en las ciudades, porque Herodes le buscaba. Así que iba por los campos y por lugares despoblados. En una ocasión una muchedumbre de personas se acercaron al lugar donde él se encontraba para escucharle. Jesús se dio cuenta de que toda esa gente llevaba tiempo sin comer nada y entonces preguntó a los Apóstoles cómo podrían darles alimento. Ellos respondieron que no había posibilidad, porque sólo habían encontrado un muchacho que tenía cinco panes y dos peces. Entonces Jesús les mandó que se sentaran en grupos de cincuenta y, alzando los ojos al cielo, bendijo los panes y los peces y mandó a sus discípulos que los distribuyeran entre el gentío. Comieron más de cinco mil personas hasta saciarse y todavía sobró comida.

Al ver lo que Jesús había hecho, la gente quiso coronarlo como Rey, puesto que Jesús había traído pan del Cielo al igual que hizo Moisés con su pueblo. Jesús era el Mesías porque había alimentado milagrosamente a su Pueblo en el desierto. 

Fórmulas de la Fe


28. ¿Por qué llamamos Salvador a Jesús?

Llamamos Salvador a Jesús porque, enviado por Dios Padre, quita el pecado del mundo y hace de todos los hombres una sola familia.

29. ¿Qué nos enseñan los Evangelios sobre la infancia de Jesús?

Los Evangelios nos enseñan que Jesús nació en Belén y vivió en Nazaret con María y José. Junto a ellos, creció en sabiduría, edad y gracia ante Dios y ante los hombres.

30. ¿Qué hizo Jesús durante su vida pública?

Durante su vida pública, Jesús anunció e hizo presente la Buena Noticia de la Salvación: el Reino de Dios ya ha llegado a nosotros.

lunes, 14 de marzo de 2011

Sesión 37: celebramos la reconciliación

El sacramento con el que recibimos el perdón de los pecados ha recibido muchos nombres. Vamos a ver algunos de ellos. 


El sacramento del Perdón. Ya vimos en la anterior sesión que Jesús nos trae el perdón de Dios Padre. El pecado es ante todo una ofensa a Dios Padre. Jesús ha venido a buscar a los pecadores para llevarlos a su casa del Cielo y para que allí puedan recibir el abrazo del Padre y gozar del Banquete eterno. El sacramento del Perdón es un signo de que nuestros pecados están perdonados y de que Dios nos espera en el Cielo para celebrarlo. 


El sacramento de la Penitencia. Las ofensas a Dios merecen un castigo, puesto que no hay nada más injusto que el pecado. Dios nos ha dado todo gratuitamente y sólo hace el bien... y nosotros en cambio le ofendemos con nuestros pecados. Es justo que ofrezcamos sacrificios que manifiesten nuestro arrepentimiento y nuestros propósitos de enmienda. El sacramento de la Penitencia nos hace participar en la pasión y muerte de Cristo, de manera que son sus méritos infinitos los que nos salvan a nosotros de las penas merecidas por nuestros pecados. Es Jesús el que paga el precio de nuestro rescate con su sangre. Sin embargo, Él nos anima a participar también con nuestras penitencias, es decir, con las penalidades de la vida y más concretamente con las que que nos impone el sacerdote cuando nos confesamos. 


Imagínate que hubieras desobedecido a tus padres que te prohibían jugar en el salón de tu casa y, en consecuencia, hubieras roto un jarrón de gran valor. Tú sabes que ellos te perdonarán, si reconoces tu falta bien arrepentido. Sin embargo, no te debe de extrañar que te castiguen durante un tiempo para que ayudes con tu propio dinero a reparar el daño causado. No te hacen pagar exactamente todo, pues tú necesitarías años para cubrir ese importe. Les basta con que participes con algo de tu propio bolsillo y fruto de tu esfuerzo y del sacrificio. En el fondo, es muy de agradecer que Dios nos trate así. Es una maravilla que nos perdone la culpa de nuestros pecados y también lo es que a través del sacerdote nos imponga una penitencia para reparar los daños producidos por ellos. Eso nos hace mucho bien. El pecado, en efecto, no sólo ofende a Dios sino que también nos hace daños a nosotros mismos. La penitencia es la medicina que nos cura. Por esta razón se llama el sacramento de la Penitencia. 


El sacramento de la Reconciliación. Los pecados no sólo son una ofensa a Dios y dañan a los pecadores que los realizan sino que también producen una ofensa y un daño a los demás. Todos los pecados, incluso los que se cometen sólo con el pensamiento, son nocivos para la Humanidad e incluso para la Naturaleza. El pecado es un desorden en el mundo. Aunque Dios nos perdonara, sería necesario que alguien que representa a la Iglesia, mundo y al cosmos nos reconciliara con ellos. Eso es precisamente lo que hace el Sacerdote, con el poder de Jesucristo, nos perdona de los pecados confesados y al mismo tiempo nos reconcilia con la Iglesia, con los demás hombres y con el mundo entero. 


Hay que tener en cuenta que si una persona se confiesa, por ejemplo, de haber robado una cantidad de dinero, el sacerdote sólo le perdonará el pecado si el penitente tiene la intención de restituir el dinero robado. Las faltas contra la justicia sólo se perdonan si se restablece el desequilibrio producido. Una vez éste se ha producido, entonces el sacerdote puede reconciliar al pecador con la Iglesia y con el mundo. 


El sacramento de la Alegría. Una de las experiencias más comunes de este sacramento es el de causar una gran alegría en el penitente. No es para menos. Especialmente cuando han sido perdonados pecados graves, la Vida vuelve a brillar y la gracia de Dios corre de nuevo por las venas del alma. La puertas del cielo se abren de nuevo. En el corazón entra aire puro y limpio y ya se puede volver a respirar. En una ocasión, los discípulos volvían muy contentos después de un día de predicación del Evangelio y comentaban a Jesús que hasta los demonios se les sometían. Entonces Jesús les dijo cuál debía de ser el motivo de su alegría: "alegraos más bien de que vuestros nombres estén escritos en el libro de los cielos". 


Pero hay otra cosa más bonita todavía. El motivo más importante para estar alegres es que cada vez que un pecador se arrepiente y hace penitencia en el Cielo se ponen de fiesta. Es decir, que todos los santos y los ángeles del Cielo hacen fiesta porque un pecador se arrepiente aquí en la Tierra. ¿Y sabes por qué? Porque los que más se alegran son las tres Personas divinas. 


Los únicos que se ponen tristes son los demonios y aquellos que piensan como los demonios. Ya recordarás que en la parábola del Padre misericordioso se explica que se organizó una gran fiesta para celebrar el regreso del hijo pródigo. Todos en la casa se alegraron con el Señor de la casa, porque su hijo había regresado a casa después de mucho tiempo. Sin embargo, el hermano mayor se enfadó mucho y no quería participar en la fiesta. Entonces, el padre, con mucha paciencia y comprensión le dijo estas palabras: "hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero había que celebrarlo y alegrarse, porque ese hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado" (Lc 15, 32).


Fórmulas de la fe


67. ¿Quiénes presiden la Eucaristía?


La Eucaristía la presiden los obispos y los presbíteros como representantes de Cristo.


68. ¿Qué es la Unción de enfermos?


La Unción de enfermos es el Sacramento que nos fortalece en la enfermedad y ayuda a los que están en peligro de muerte, uniendo su sufrimiento al sufrimiento de Cristo. 


69. ¿Qué es el Sacramento del Orden sacerdotal?


Es el Sacramento por el que algunos bautizados son consagrados para ser ministros en la Iglesia y continuar la misión que Cristo dio a los Apóstoles. 

miércoles, 2 de marzo de 2011

Sesión 14: Jesús nos trae el Reino de Dios.

Cuando el arcángel san Gabriel anunció a María que iba a ser Madre de Jesús, le dijo que Él "se llamará Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará eternamente sobre la casa de Jacob y su reino no tendrá fin" (Lc 1, 32-33). Jesús es Rey. 


Sin embargo, los judíos esperaban que el Mesías fuese un rey como lo fue el rey David: un monarca que diese independencia al pueblo judío que estaba siendo dominado por el emperador romano; un soberano poderoso, que llegase a dominar a todas las naciones con su ejército invencible. 


Jesús es Rey, pero su reino no es de este mundo. Él nos trae el Reino de Dios, que viene del cielo y no pertenece a la tierra. Esto es lo que les enseñó a rezar a sus discípulos en el Padrenuestro: "venga a nosotros tu reino". Este reino no se puede conquistar por la violencia ni conseguirlo con dinero. El reino de Cristo es un regalo, una gracia: es gratuito. 


¿Y quiénes son los súbditos de este Rey, los ciudadanos de este reino? Los que se bautizan y creen en el Evangelio. 


Los fieles son los creyentes, es decir, los que han sido bautizados y tienen fe en Jesucristo. El reino de Dios está dentro de ellos. Dios habita en sus corazones mientras viven en gracia, es decir, mientras no le expulsan mediante un acto mortal. Y en ese estado de gracia son libres de las asechanzas del demonio, del miedo a la muerte y de la esclavitud del pecado. Nadie les puede vencer: porque lo más que les puede pasar es que les quiten la vida y para los creyentes el martirio es una gloria, el honor de compartir la misma muerte que Jesucristo. 

semillas de mostaza
El reino de Dios y el reino de los cielos son el mismo. Esto significa que comenzamos a vivir en la Tierra lo que tendremos durante toda la eternidad: la comunión amorosa con Dios y con los demás. Jesús no nos habla de cosas del “más allá”, porque el reino de los cielos comienza a vivirse en el momento en que se cree en Jesús. No podemos vivir aquí en la tierra como si el Cielo consistiera en una realidad muy lejana, allá al final de los tiempos. No, Jesús nos enseñó que el Reino de Dios está dentro de nosotros, ahora, y que debemos vivir con la dignidad de los hijos de Dios.


Para que entendiéramos cómo es el Reino de Dios, Jesús empleó muchas parábolas. Ahora te recordaré algunas.


El Reino de Dios es como la semilla más pequeña:


El árbol de la mostaza
"Es semejante el reino de los cielos a un grano de mostaza que toma uno y lo siembra en su campo; y con ser la más pequeña de todas las semillas, cuando ha crecido es la más grande de todas las hortalizas y llega a hacerse un árbol, de suerte que las aves del cielo vienen a anidar en sus ramas" (Mt, 13, 31-32).


¿Qué quiere decir esta parábola? Pues que la fe está dentro de nosotros como una semilla. Si la dejamos crecer será grande como un árbol. La vida cristiana está llamada a crecer en nuestro corazón, de manera que los demás se encontrarán a gusto con nosotros. Nuestra fe servirá de alimento a otras personas. 


En otra ocasión, Jesús aseguró a sus discípulos que " si fuera vuestra fe como un grano de mostaza, le diríais a aquella montaña que viniera aquí, y vendría. Nada os sería imposible" (Mt 17, 14-20). 


¿Qué significa eso? Que por lo general nos falta mucha fe. Que si solo tuviéramos un poquito de fe, nuestra vida se transformaría... y tendría también el poder de transformar las vidas de los demás. 


pan crujiente: del trigo sale la harina
Pues el Reino de Dios "es semejante al fermento que una mujer toma y lo pone en tres medidas de harina hasta que todo fermenta" (Mt 13, 33). Tú eres el fermento y tu familia, tus amigos, tus compañeros, son la masa de harina. Si tienes fe, tu vida será fermento en la masa. ¿Qué hace el fermento? Antes, la harina no tenía sabor ni cohesión sino fuera por la levadura o fermento: gracias a él, tenemos un pan crujiente y apetecible. Parece mentira que de los granos de trigo pueda salir algo tan rico y apetitoso como es el pan recién sacado del horno. Eso es lo que hace Jesús cuando comulgamos su Cuerpo, en la Eucaristía: es el fermento que nos transforma en rico pan para los demás. 


Fórmulas de la Fe


25. ¿Quién es la Virgen María?


La Virgen María es la Madre de Jesús y Madre nuestra, concebida sin pecado original, que está en el Cielo en cuerpo y alma.


26. ¿Por qué decimos que la Virgen María es Madre de los cristianos?


Porque la Virgen María ayuda a todos los cristianos y pide por ellos a Jesús, su Hijo.


27. ¿Por qué llamamos Maestro a Jesús?


Llamamos Maestro a Jesús, porque Él nos enseña a amar a Dios y al prójimo.