martes, 22 de febrero de 2011

Sesión 36: Jesús nos trae el perdón de Dios Padre

La noticia más bonita del Evangelio es que Dios es nuestro Padre y que nos quiere tanto que ha enviado a su Hijo para que el que crea en Él se salve. 


Y quizá la manera más bonita de contarnos esto ha sido la parábola del Padre misericordioso. 


La imagen que los antiguos judíos tenían de Dios era a la vez tierna y terrible. Dios era presentado por los profetas como un Dios que ama a su pueblo como una madre ama al hijo de sus entrañas, es decir, con infinita ternura. Pero, al mismo tiempo, eran frecuentes manifestaciones de la tremenda majestad de Dios que hablaba desde la nube y en medio de la violencia de los rayos y del estruendo de los truenos. Era muy fácil pensar que Dios estuviese enfadado y con deseos de castigar a los hombres por sus muchos pecados.


Sin embargo, Jesús nos da una imagen muy diferente de Dios. Nuestro Padre Dios no está enfadado con nosotros, sino terriblemente dolido y preocupado por nosotros. Quiere que los hombres se salven, es decir, que sean eternamente felices con Él en el Cielo, pero ve con dolor que los caminos de los hombres se alejan de Él y muchas veces conducen al precipicio. A pesar de todos sus esfuerzos para convencernos de que Él sólo busca nuestro bien y nuestra felicidad, los hombres siguen desconfiando de Dios y son muchos los que incluso prefieren negar su existencia. 

En la parábola de la que os hablaba antes, Jesús nos habla de un padre que tenía dos hijos. Se trataba de un padre muy rico, que tenía muchas posesiones y en cuyas tierra trabajaban muchos jornaleros. El hijo mayor era muy responsable. El hijo menor, en cambio, sólo pensaba en pasárselo bien. 


Al hijo menor le aburría la casa y el pueblo en el que vivía. Se pasaba el día soñando en conocer nuevos lugares y en tener muchas aventuras. Así que un día se animó a pedirle a su padre la parte de herencia que le correspondía. No hace falta que te diga que esta era una acción horrible y muy lamentable: las herencias se consiguen después de la muerte y no en vida de los padres. Era tanto como decirle: 


- Papá, como veo que no te acabas de morir y yo no quiero esperar más tiempo, dame la parte que me toca de todos tus bienes, que me quiero ir de aquí.


Uno se podría esperar que el Padre se enfadase y lo deseheredase -es decir, lo expulsara de su casa sin ningún bien ni dinero- o por lo menos que lo castigase por esa ofensa al honor paterno. Sin embargo, este padre es misericordioso y -aunque con profunda pena- le concedió a su hijo lo que le pedía. Es de imaginar que el hijo mayor, al enterarse, se habría enfadado mucho y que a partir de ese momento hubiese comenzado a odiar a su hermano pequeño.


El caso es que el hijo pequeño se llevó el dinero que le había dado su padre y se fue de casa para vivir su vida. Si la historia se hubiese contado hoy, se diría que se fue a Las Vegas, es decir, un lugar a donde la gente va para gastar el dinero de mala manera: en el juego y en los vicios. Como tenía mucho dinero, parecía que no se iba a acabar nunca, sin embargo, en esta vida todas las cosas se acaban. Al quedarse sin dinero para seguir viviendo, comenzó a buscar trabajo, pero nadie se fiaba de él. Empezó a pasarlo muy mal y a tener hambre. Alguien le dio un empleo, pero se trataba de un trabajo que era odioso para un judío: tenía que dar de comer a los cerdos. Y los cerdos son animales impuros para los judíos. Así que no podía haber caído más bajo. 


Por si fuera poco, el sueldo era tan miserable que no le daba para comer todos los días. Mientras sus cerdos eran alimentados varias veces al día, él en cambio no tenía para comer siquiera las algarrobas que entregaba a los puercos. 


¿Pensaba en su padre? No, porque era un egoísta. 


Pero un día se le ocurrió pensar que como su Padre era tan bueno, seguro que le dejaría trabajar en sus tierras como un jornalero más. Y entonces dijo para sus adentros esta frase que vale la pena memorizar:


- "Me levantaré e iré a mi padre y le diré: 'Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, ya no soy digno de ser hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros'" (Lc 15, 18-19).


Aquí tenemos un arrepentimiento. El hijo está dispuesto a pedir perdón a su padre. Ahora se da cuenta de lo mucho que ha perdido y de que no merece nada. Por eso, no le pedirá que le deje entrar otra vez en la casa -"no es digno de ser hijo suyo"- sino que le permita trabajar en el campo para ganarse la vida. 


Se trata de un arrepentimiento imperfecto y egoísta, pues lo que le duele no es haber ofendido a su padre, sino estar pasándolo muy mal al no tener casi para vivir. 


Y aquí está la maravillosa noticia que nos trae Jesús. El padre de la parábola es misericordioso. Durante todo el tiempo que su hijo ha estado fuera, Él ha estado esperando su regreso y queriendo tener noticias de él. Si la historia hubiese sido contada en nuestros días, podríamos decir que abría todos los días el correo electrónico para ver si había algún mensaje de su hijo. Sin embargo, nunca recibió ninguno. Pero no se desmoralizaba. Todas las tarde salía al balcón, para ver si su hijo se acercaba a la casa caminando por el sendero polvoriento. 


Y una tarde cualquiera se dio cuenta de que su hijo estaba entrando por la puerta de la finca. Entonces, lleno de emoción por la alegría, el padre salió a su encuentro y le dio un fuerte abrazo:


"Cuando todavía estaba lejos, su padre, lo vio y se conmovió y, echando a correr, se le echó al cuello y le cubrió de besos" (Lc 15, 20). 


En este momento, puedes preguntar a los niños de catequesis, qué piensan que debería hacer el padre. ¿Debería castigarlo? ¿Debería darle trabajo como un jornalero más, aceptando lo que él pedía? 


La reacción de padre es sorprendente. No sólo perdona a su hijo, sino que se olvida absolutamente de todas las ofensas que ha recibido y de que no le hubiera mandado ninguna noticia suya en ese tiempo. Manda a sus criados que le lleven a la casa, que le preparen un baño, que le den ropa nueva y también nuevo calzado y que le preparen una gran fiesta. 


Así es lo que hace Dios con nosotros cuando nos acercamos a pedirle perdón en el sacramento de la Penitencia. Aunque no estemos del todo arrepentidos y haya mucho egoísmo en nuestra vidas, basta que nos arrodillemos y nos arrepintamos de esos pecados, para que el Señor nos los perdone y nos permita participar en el sacrificio de la Misa, que es la fiesta por excelencia. 


Fórmulas de la Fe


64. ¿Está Jesús realmente en la Eucaristía?


Sí, por la acción del Espíritu Santo, Jesús está realmente presente en la Eucaristía: lo que parece pan y vino es el Cuerpo y la Sangre del Señor.


65. ¿A qué nos invita el sacerdote cuando dice: "podéis ir en paz"?


El sacerdote nos envía a compartir la fe, la paz y todo lo nuestro con los hombres.


66. ¿Qué hace en nosotros la Eucaristía?


La Eucaristía nos une más a Cristo y a la Iglesia, nos fortalece en la vida cristiana y nos hace crecer en el amor al prójimo.

lunes, 21 de febrero de 2011

Sesión 13: Jesús nos anuncia el Evangelio

 Se suele decir que "las palabras se las lleva el viento", porque con mucha frecuencia los hombres mienten para conseguir sus intereses. Por eso muchos, piden a los demás que pongan las cosas por escrito, para que quede una prueba. Así sucede en muchos contratos y negocios humanos. Cuando el asunto es muy importante, se les pide a las personas que juren, es decir, que pongan a Dios por testigo de la verdad de las cosas que dicen. 

Así sucede, por ejemplo, en los juicios en donde se debe prestar testimonio bajo juramento. 

Dios no tiene este problema, porque su Palabra no es una palabra humana sino divina. Ya lo vimos en la tercer sesión -Dios nos habla: la Palabra de Dios- cuando explicamos que en Dios decir y hacer es lo mismo: "Hágase la luz" y "la luz se hizo". 

El mismo poder que tiene la Palabra de Dios al crear las cosas, vemos que lo tiene Jesús. Es totalmente lógico, pues Él es la Palabra de Dios que se ha hecho carne. Jesús es perfecto hombre y perfecto Dios. Su Palabra es palabra humana con eficacia divina, porque es la Persona divina la que la pronuncia. Esto lo veremos mejor más adelante. 

Ahora nos interesa quedarnos con esta idea: Jesús es el Enviado del Padre. Su palabra es eficaz y lo que dice se hace y se cumple. No hay nada ni nadie que pueda resistirle. Cuando un pelotón de soldados romanos fueron a buscarlo al huerto de los olivos para prenderlo, ya sabéis que Judas le traicionó con un beso en la mejilla. "Él les preguntó: - '¿A quién buscáis?'. Le contestaron: - 'A Jesús el Nazareno'. Díceles: 'Yo soy'. Cuando les dijo: 'Yo soy', retrocedieron y cayeron en tierra" (Jn 18, 4-5). Fijaos la fuerza que tiene la Palabra de aquél que es el que Es. Los soldados caen por tierra. 

Los sabios del mundo son ciegos que guían a otros ciegos
Pero, ¿cómo puede ser que la gente que oía la predicación de Jesús no se convenciera en seguida de que Él es el Hijo de Dios? ¿Cómo es posible que no le aceptaran y que acabaran traicionándolo, entregándolo a los romanos, pegándole latigazos y dándole muerte en la Cruz? Si su Palabra es tan poderosa, ¿cómo es que no logró siquiera defenderse a sí mismo?
Aquí está gran parte del misterio del mal en el mundo. De manera parecida a como no fue acogido cuando nació en Belén, porque los suyos no le recibieron, así tampoco fue recibido en Jerusalén sino que los Sumos Sacerdotes le condenaron a muerte. La Palabra de Dios es poderosa pero no quiere forzar ni obligar a nadie. La verdad se propone y no se impone. Dios no quiere esclavos ni robots que le amen por la fuerza, sino que quiere ser amado libremente. 
En Jerusalén sucedió una cosa muy extraña. Las personas que tenían más conocimiento y eran aparentemente más sabias, resulta que no reconocieron a Jesús e incluso le acusaron de muchas cosas: dijeron que estaba loco, que estaba endemoniado e incluso un hereje y un blasfemo. En cambio, los más ignorantes, la gente sencilla -pescadores, agricultores, artesanos- oyó con alegría el Evangelio de Jesús.  "Te doy gracias, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla" (Lc 10, 2). 

Jesús es el Salvador. Quien desea ser salvado, quien se reconoce pecador y necesitado del perdón de sus pecados, fácilmente reconoce a Jesús como salvador, escucha su palabra y deja que el Evangelio le transforme. En cambio, quienes no son sencillos, quienes son cegados por la soberbia y quieren ser ellos mismos quienes se salven por sus propios méritos y acciones, éstos ya no reconocen a Jesús. Le ven pero no le reconocen. 

Por esta razón Jesús explicó quiénes son las personas más felices en la Tierra. No son aquellos que tienen dinero o riquezas, quienes son más listos o más inteligentes, quienes tienen más poder e influencia. Los bieneaventurados, es decir, los inmensamente felices son los que "lloran", los pobres en el espíritu, los perseguidos por causa de la justicia, los mansos, los limpios de corazón y los pacíficos. Deben ser felices porque de ellos es el Reino de los Cielos. Aunque sufran injusticia y todo tipo de dolores, son felices porque saben que Dios les salva.

Jesús también enseñó que el Reino de los cielos es de los niños. ¿Qué significa eso? Los niños son sencillos y nada complicados. Dicen lo que piensan y cuando tienen necesidad piden ayuda. Viven siempre en el momento. No están preocupados ni por el futuro ni por el pasado, es decir, ni por los éxitos que quieren conseguir ni por los fracasos que hayan podido sufrir. Están totalmente felices y tranquilos porque sus padres les quieren. Pues así tienen que ser los cristianos: hijos de Dios, que viven confiadamente porque Dios les ama y no deja que les suceda nada malo.

Este es el núcleo del Evangelio: que Dios ha venido a salvar lo que estaba perdido y no a condenar a los hombres. Por lo tanto, quienes son humildes y sencillos reconocen el Evangelio y quienes son soberbios y orgullosos, no. "Dios resiste a los soberbios y a los humildes da su gracia", enseñan las Escrituras.

Antes de subir al Cielo Jesús envió a sus Apóstoles a predicar el Evangelio y a bautizar a las gentes. Todos los cristianos somo apóstoles de Jesús y debemos extender el Evangelio hasta el fin del mundo. "Así como mi Padre me ha enviado, así os envío yo". Eso significa que los cristianos pueden predicar el Evangelio con mucha fuerza, porque son enviados por el mismo Jesús. 

Predicar el Evangelio es mucho más que dar una buena noticia, como hacen los periódicos o los telediarios. 

Cuando los reyes antiguos enviaban un mensajero a una ciudad para que llevara allí un mensaje, lo que allí se mandaba tenía mucho poder, porque era el rey quien estaba detrás con toda su autoridad. Así también nosotros, que somos apóstoles de Jesús, podemos hablar a los demás con palabras que vienen de Dios y que, por eso, tienen mucha fuerza y son eficaces. "Quien a vosotros recibe, a mí me recibe; quien a vosotros os rechaza, a mí me rechaza". 

Fórmulas de la Fe

23. ¿Abandonó Dios a los hombres después del primer pecado?

Dios no abandonó a los hombres sino que tuvo misericordia de ellos, les tendió la mano y les prometió un Salvador, Jesucristo.

24. ¿Quién es Jesucristo?

Jesucristo es el hijo de Dios hecho hombre, que nació de la Virgen María por obra y gracia del Espíritu Santo. Es verdadero Dios y verdadero hombre. 

martes, 15 de febrero de 2011

Sesión 35: A veces nos alejamos del amor de Dios

En las anteriores sesiones hemos estado considerando la vida de la gracia, es decir, la vida nueva que hemos recibido los cristianos en el Bautismo. Ahora, en las siguientes sesiones, deberemos mostrar una cuestión muy importante. El Bautismo nos limpió el pecado original con el que nacimos todos, pero no nos quitó la posibilidad de que nosotros cometamos pecados. 


¿Qué son los pecados?


Los pecados son ofensas voluntarias a la ley de Dios. Dicho de otra manera, hay momentos en que preferimos dejar el camino que lleva a Dios para tomar otros caminos distintos, que o bien terminan en precipicios o bien suponen un rodeo. También podríamos usar otra comparación. El pecado es una enfermedad. Como todas las enfermedades pueden ser muy graves y producir la muerte de la persona. En otros casos, la enfermedad no produce la muerte pero sí la debilidad y dolor. Así sucede con el pecado. Algunos pecados son tan graves, que reciben el nombre de "pecados mortales". Con esta palabra se quiere decir que el alma está muerta, aunque el cuerpo siga moviéndose. Expulsamos a Dios de nuestros corazones, y ya no tenemos la vida de la gracia que recibimos con el Bautismo. Y si Dios no está en nuestros corazones no es porque Él no quiera estar, sino porque nosotros le expulsamos de allí. También recibe ese nombre de pecado mortal, porque quien permanece en ese estado se condena él mismo al infierno: el infierno es el estado en que queda una persona que muere en pecado mortal. 


En otros casos, los pecados se llaman veniales porque suponen una ofensa leve a Dios. Dios sigue habitando el corazón del pecador. Es decir, la persona que comete un pecado venial sigue estando en gracia de Dios, pero el pecado "enfría" el amor y predispone a cometer otros pecados. 


Jesús es nuestro mejor amigo y también el mejor médico. Él ha venido para que los pecadores se curen de su enfermedad. Jesús nos ha enseñando que los pecados son como enfermedades:


1. El pecado nos deja ciegos. El pecador que permanece en pecado sólo piensa en su pecado. Es algo así como lo que le sucede a los borrachos, que sólo piensan en bebe alcohol. Cuando se trata de pecados graves, la persona pierde la visión y está como ciega. Jesús curó a muchos ciegos, para que recuperaran la vista.


2. El pecado nos impide mirar al cielo. Jesús curó una vez a una mujer encorvada. Tan encorvada estaba que sólo podía ver sus zapatos y el cielo le quedaba siempre a la espalda. Jesús la curó y la mujer se enderezó. Así nos sucede con el pecado. Los pecados veniales nos inclinan un poquito, sin que dejemos de ver el cielo. En cambio, el pecado mortal nos encorva totalmente y ya no somos capaces de ver a Dios. 


3. El pecado es algo muy feo, que nos hace también feos y horribles. Jesús curó a muchos leprosos. La lepra es una enfermedad que destroza la piel y la carne de la persona. Además, la lepra es muy contagiosa. Por eso los leprosos tenían que ir a vivir fuera de sus casas, fuera del pueblo o del campamento. Muchas veces, son otros amigos los que nos incitan a pecar, dándonos malas ideas o mal ejemplo. Sin embargo, Jesús curaba a los leprosos y también perdona a los pecadores, lavando su mancha. 


4. El pecado nos impide caminar con soltura por el camino que lleva al Cielo. O bien nos deja totalmente paralíticos, o bien nos produce una cojera que dificulta nuestro avance. Jesús curó también a los paralíticos. 


En los pecados mortales hay tres aspectos importantes:


1. Rompe nuestra comunión con Dios.
2. Hace daño a nuestros hermanos. Es como una manzana podrida en un cesto de manzanas sanas. Si no se quita en seguida, acabarán pudriéndose todas las demás.
3. Nuestro corazón se queda frío y endurecido. 


Fórmulas de la Fe

61. ¿Por qué los cristianos celebramos el domingo?

Porque el domingo es el día del Señor. Convocados por Dios Padre, celebramos la Eucaristía. Los cristianos no podemos vivir sin el domingo.

62. ¿Qué celebra la Iglesia en la Eucaristía?

En la Eucaristía la Iglesia celebra el memorial de la Pascua de Cristo, la actualización y ofrenda sacramental de su único Sacrificio en la Cruz.


63. ¿Cómo participamos los cristianos en la Eucaristía?


En la Eucaristía, los cristianos escuchamos la Palabra, damos gracias a Dios Padre y nos ofrecemos a Él con su Hijo Jesucristo. En la Comunión, recibimos a Jesús como alimento de Vida eterna que nos une a todos como hermanos.

domingo, 13 de febrero de 2011

Sesión 12: el Bautismo de Jesús

¿A qué edad bautizaron a Jesús?


Esta es una buena pregunta para introducir la sesión y explicar el sentido que tiene este Misterio tan bonito. Como habrá respuestas para todos los gustos, la siguiente pregunta que se puede hacer a los niños es por qué no le bautizaron de pequeño, como a nosotros. Conviene hacerle la pregunta a todos, aunque quizá alguno no acierte a responder de ninguna manera.


Las respuestas que tú debes de darles son éstas. Jesús estuvo esperando una señal para comenzar su misión. Estuvo en Nazaret con sus padres y a la edad de 30 años, habiendo oído que su primo Juan el Bautista estaba bautizando en el río Jordán, se fue allí para ser bautizado por Él. Se trataba de una buena noticia y Jesús interpretó que a partir de ese momento debería comenzar su misión. ¿Qué misión? La de predicar el Evangelio, es decir, dar a los hombres la buena noticia de que el Reino de Dios había llegado a ellos: quienes creen en Jesucristo están salvados.


Así que Jesús se despediría de su Madre y cerraría definitivamente el taller. A partir de ese momento se dedicaría a predicar el Evangelio.


Al llegar al Jordán encontró a Juan el Bautista. Al principio, Juan no quería bautizarlo:


- Soy quien debería ser bautizado por ti, ¿y quieres tú recibir el bautismo?


Una pregunta muy lógica. Jesús era el Hijo de Dios y no tenía ningún pecado. ¿Para qué querría lavarse en el río Jordán? Pero Jesús le dijo que obedeciera, porque así lo había establecido Dios.


Jesús sabía que el río Jordán había sido durante muchos años el límite del desierto. Mientras el Pueblo de Israel daba vueltas y vueltas durante cuarenta años, era el Jordán lo que les separaba de la Tierra Prometida. Cuando murió Moisés, Dios escogió a Josué y le dio la orden de atravesar el río Jordán. Esto lo vimos ya en la segunda sesión -somos una gran familia-. Ahora, el Jordán significaba la muerte, que es la barrera que nos separa del cielo. Al bautizarse en el río Jordán, Jesús nos enseñaba que el Bautismo es el camino para vencer la muerte y el pecado y abrirnos para siempre las puertas del Cielo.


Jesús, además, se puso en la fila de los pecadores que estaban siendo bautizados por Juan Bautista. Quiso ser uno más. Así nos enseñaba que no ha venido a condenar a nadie, sino a salvar a los pecadores. Quien reciba el Bautismo cristiano participará de la Muerte y de la Resurrección de Jesús. ¿Por qué?


Porque los seguidores de Jesús recibimos el Espíritu Santo, como se ve en esta imagen de los primeros cristianos en el día de Pentecostés. Sobre cada uno de ellos se posó una lengua de fuego. El artista pinta esas lenguas de fuego como salidas de la Paloma, que representa al Espíritu Santo. 


Porque Jesús ha querido que el Bautismo cristiano sea parecido al bautismo con que fue bautizado por Juan. El Bautismo cristiano se hace en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.



  1. En el nombre del Padre. Jesús es de pie, en medio del río, a punto de sumergirse. (vida de pecado)
  2. En el nombre del Hijo. Jesús está sumergido unos momentos dentro del agua. Eso significa la muerte de Jesús, porque dentro del agua no se puede respirar y sin respirar no se puede vivir. (Morir al pecado, participando de la Muerte de Cristo)
  3. En el nombre del Espíritu Santo. Jesús sale del agua. En ese momento desciende sobre Él el Espíritu Santo en forma de paloma y se oye la voz del Padre que decía: "Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto". (Renacer de nuevo a la Vida de la gracia, participando de la Resurrección de Jesús).

Esto lo puedes escenificar, tomando a uno de los niños, situándolo junto a ti, poniéndole  la mano sobre la cabeza y representando que le hundes en un río imaginario... Lo mantienes un ratito sumergido. Los demás niños se pueden hacer una idea de que eso significa la muerte... por ahogo. Después, le dejas salir, emergiendo imaginariamente del agua. Después explicas que eso sucede en todos los bautizos cristianos: antes de ser sumergidos en el agua, éramos pecadores, enemigos de Dios. Pero, después del bautismo, participamos de la muerte y resurrección de Cristo. Nacemos a una nueva vida. Ahora ya somos hijos de Dios y debemos de comportarnos como tales. 


Sin embargo, el modo como se realizan los Bautismos ahora es algo diferente. Ya no sumergimos al niño en un río o en una piscina, sino que lo acercamos al baptisterio en donde hay una pila bautismal. El sacerdote, con una concha o recipiente semejante, derrama tres veces agua sobre la cabeza del niño... mientras dice las palabras del sacramento: Yo te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Mediante estos gestos rituales se significa el lavado espiritual en que consiste el Bautismo. 


El agua del Bautismo lava el alma de toda mancha de pecado: del pecado original con el que todos nacemos y de los pecados personales que haya cometido el bautizando. Si se trata de un niño pequeño, lógicamente se le perdona el pecado original. Pero hay ocasiones en los que quienes se bautizan son personas mayores y en esos casos quedan perdonados todos sus pecados. 


Antes del Bautismo, la persona no es grata a Dios, es decir, vive en el pecado original que le inclina a cometer otros pecados. En cambio, al recibir las aguas bautismales está ya en gracia de Dios, es decir, las tres Personas de la Santísima Trinidad viven en su corazón... y allí permanecen mientras no se las expulse mediante el pecado mortal. Siendo ya un hijo de Dios, las cosas que hacemos le son gratas, es decir, le gustan. Algo así como cuando un padre ve con alegría las cosas que hace su hijito pequeño. Así nos mira Dios a nosotros, como un Padre a su hijo.


Fórmulas de la Fe


20. ¿Cuál fue el pecado de Adán y de Eva?


Adán y Eva, nuestros primeros padres, tentados por el diablo, quisieron ser como Dios y lo desobedecieron.


21. ¿Qué consecuencias tuvo este primer pecado?


Adán y Eva, al pecar, rompieron su amistad con Dios y, como consecuencia, perdieron la gracia de la santidad, la paz con los hombres y la armonía con la Creación.


22. ¿Qué es el pecado original?


El pecado original es la condición de alejamiento de Dios en la que nacemos, como consecuencia del pecado de nuestros primeros padres. Por eso necesitamos la salvación de Dios.

martes, 8 de febrero de 2011

Sesión 34: Como hijos, oramos a Dios nuestro Padre

Una de las cosas que más debió de llamar la atención de los discípulos de Jesús fue el sermón de la Montaña, en el que el Maestro les fue diciendo todas las cosas que debe de saber un hijo de Dios. Dentro de este sermón, hubo una frase muy extraña: "vosotros sois la luz del mundo" (Mt 5, 14).

¿Quiénes eran ellos? Eran personas normales y corrientes, en su mayoría de condición humilde, con pocos recursos económicos y sin poder. No eran reyes ni príncipes, ni sacerdotes ni militares, ni políticos ni gobernantes: en su mayoría pescadores, mercaderes, artesanos, campesinos. ¿Cómo puede decirse que ellos sean la luz del mundo? ¿No se trata de una exageración evidente? Ellos son la luz del mundo porque son hijos de Dios. Enseñándoles a comportarse como hijos de Dios, los cristianos son la luz que ilumina el camino del cielo a los demás hombres.

¿Y de dónde sale esa luz?

Lógicamente estamos hablando de una luz espiritual, de una luz que sale del interior del corazón de los hijos de Dios y que ilumina los corazones de los hombres. Esa luz puede salir del corazón del cristiano porque Jesús vive en el cristiano. En realidad la luz es el mismo Cristo que se identifica con sus discípulos, como nos enseñó san Pablo: "Con Cristo estoy crucificado: y vivo, pero no yo, sino que es Cristo quien vive en mí" (Gal 2, 19-20).

Jesús dijo también: "Yo soy la luz del mundo, quien me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida" (Jn 8, 12). Así que quienes siguen a Jesús tienen una luz que sale de sus corazones. Es el Espíritu Santo quien enciende ese fuego en el corazón, del que sale la luz que ilumina a los hombres.

Pero hay muchos tipos de luces. Hay luces intensas como el sol, que iluminan a todos. Hay otras luces más débiles. Jesús enseñó a sus discípulos que es necesario poner la luz en lo alto para que ilumine a todos los de la casa. Las antorchas no se ponen debajo de la cama ni tampoco en una caja fuerte guardadas, sino que se ponen en lo alto. Eso significa que no tenemos que tener vergüenza de ser hijos de Dios y amigos y hermanos de Jesús.

Aquí en el colegio se nos enseña a tener siempre presente a Dios que es nuestro Padre:

1. Por las mañanas, al levantarnos, ya rezamos un ofrecimiento de obras, es decir, le ofrecemos como un regalo a Dios con todas las cosas buenas que queremos hacer. Esas buenas obras serán la lámpara que iluminará a los demás.

2. Al llegar al colegio, visitamos a Jesús en el oratorio y le damos los buenos días, haciendo una genuflexión bien hecho ante el sagrario.

3. Antes de cada clase, rezamos las oraciones acostumbradas.

4. Rezamos el Angelus, que nos recuerda el día en que la Virgen María recibió el saludo del Arcángel san Gabriel y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros.

5. Nos acordamos de Jesús también cuando nos despedimos de él al acabar las clases, antes de volver a casa.

6. Rezamos todas las noches las tres avemarías, dándole gracias a Dios de todas las cosas buenas que nos ha concedido ese día, pidiéndole perdón por las cosas que no hemos hecho bien y pidiéndole ayuda para el día siguiente.

Se puede rezar de muchas maneras. La más sencilla es la de recitar las oraciones que nos enseñan nuestros padres y catequistas. Pero lo importante no es rezar con los labios sino con el corazón. Orar es conversar con Dios. Y como Dios son tres Personas, deberemos de hablar unas veces con el Padre -como hacemos en el Padrenuestro- otras con el Hijo -como cuando rezamos una comunión espiritual o hacemos un acto de contrición- y otras con el Espíritu Santo.

Si no rezásemos con el corazón, la luz sería muy tenue y no alumbraría casi. Sería como tener una pequeña bombilla tapada con una manta. Si rezamos con el corazón, el Señor nos ayuda y somos felices y nos comportamos como hijos de Dios. Entonces nuestras vidas son luminosas y emprendemos el camino de la santidad.

La Iglesia suele representar a los santos con una aureola, es decir, un halo de luz que rodea sus cabezas. Quiere indicar con ello que son amigos de Jesús y que Jesús ha vivido en ellos y está en ellos y con ellos en el Cielo.

Los Santos son los amigos de Dios. Y está claro que no puede haber amigos de Dios sin oración.

Fórmulas de la Fe


58. ¿Qué consecuencias tiene el pecado?

El pecado rompe o debilita nuestra relación con Dios, hace daño a los demás y a nosotros mismos.

59. ¿Por qué los cristianos no nos desanimamos a pesar de haber pecado?

Porque Dios Padre está siempre dispuesto a perdonarnos, pues es misericordioso y conoce nuestro corazón.

60. ¿Qué hace en nosotros el sacramento de la Penitencia?

Por el sacramento de la Penitencia, la Iglesia, en nombre de Jesús, perdona nuestros pecados y nos reconcilia con Dios y con los hombres.

lunes, 7 de febrero de 2011

Sesión 11: Jesús es Dios y hombre verdadero

¿Cómo es posible que Jesús sea al mismo tiempo perfecto Dios y perfecto hombre? ¿Cómo se puede explicar y entender esto?

Éste es un gran misterio. Los misterios son verdades tan profundas que no se pueden entender completamente. Se pueden entender algunas cosas y éstas son muy importantes. Dios se ha hecho hombre porque ésta era la mejor manera de salvarnos por medio del amor. Cuando dos personas se quieren de verdad, desean saber todo el uno del otro e incluso acaban pareciéndose. ¿Os habéis fijado que los hijos se parecen mucho a sus padres, que tienen a veces los mismos gestos e incluso les imitan en todo? Eso sucede porque es muy grande el amor de los padres y de los hijos. Pues Dios nos ama tanto, tanto, que ha querido unirse a cada uno de nosotros por medio de Jesús. El Sagrado Corazón de Jesús es el símbolo o signo indicador del amor con que Él ama a su Padre y nos ama a todos los hombres.

Desde que nació en Belén hasta que murió en la Cruz, Jesús vivió para amarnos. Y las personas se aman con el corazón. Jesús, siendo Dios, ha querido encarnarse para podernos amar con su corazón humano. Él ha querido que todos tengamos un sitio en su Corazón. El Corazón de Jesús es tan grande que todos cabemos en Él.

Decía san Juan de la Cruz -que es un gran santo español- que es ley del amor perfecto que el amante se identifique con el amado, es decir, que lo quiera tanto que acabe uniéndose a él y se parezcan totalmente. Eso es lo que hizo Dios, nos quiso tanto que envió a su Hijo para que haciéndose hombre como nosotros -es decir, identificándose con nosotros, siendo uno de nosotros- pudiésemos comprender lo mucho que nos ama.

Sólo en una cosa no se parece a nosotros. Se ha hecho en todo semejante a nosotros excepto en el pecado. Porque el pecado es la única cosa que Dios no puede querer de ninguna manera. Dios quiere a todas las criaturas y en especial a los hombres y a las mujeres. A nosotros, Dios nos ha creado a su imagen y semejanza, es decir, capaces de vivir una vida de comunión y de amor.

Dios ha trabajado con manos de hombre, ha pensado con la mente de hombre, ha rezado las oraciones que le enseñaron sus papás. Jesús es perfecto hombre para enseñarnos el camino hacia el cielo y para que le imitemos en todo.

Siendo niño, obedecía en todo a José y a María.

La Bar-mitzvah de un niño judío
Sus papás subían todos los años desde Nazaret a Jerusalén para celebrar la fiesta de la Pascua, cuando Dios liberó al pueblo de Israel de Egipto y lo condujo por el desierto hasta la Tierra Prometida. De esta manera, Jesús aprendió la importancia que tenía Jerusalén en su vida. También él debería morir en Jerusalén.

Cuando tuvo doce años de edad, Jesús fue con sus padres a Jerusalén para celebrar la Pascua. Pero ese año, para Jesús fue muy distinto. A esa edad, los niños judíos realizan una ceremonia como la que ves en la imagen: la Bar-mitzvah, es decir, hacen suya la Alianza que Dios hizo con los Patriarcas y que realizó en el Sinaí con Moisés. El niño deja de ser niño. Ahora tiene que cumplir la Alianza, conocer mejor la Ley de Dios y comportarse como un mayor.

Ese año, cuando acabaron las fiestas, la Sagrada Familia regresó a Nazaret en una caravana grande con otros muchos peregrinos. Había mucha gente. Jesús comenzó el viaje con sus padres, pero no salió de Jerusalén. José y María descubrieron que el Niño no estaba con ellos, pero era ya muy tarde. Habían caminado muchos kmsdurante todo el día. José pensaba que estaba con María y ésta creía que Jesús estaría con su padre. Eso es lo que ocurría en esas caravanas, en las que los hombres y las mujeres hacían el viaje por separado. Como Jesús era muy joven, podía elegir entre ir con los hombres o bien con otros niños, acompañando a las madres. Tuvieron que esperar al día siguiente para volver a Jerusalén.

Allí buscaron al Niño y lo encontraron al tercer día. ¿Dónde estaba? En el Templo de Jerusalén. ¿Qué hacía? Se ocupaba de las cosas de su Padre Dios. Estas palabras son las que el Niño respondió a su Madre, cuando ésta la hizo esta pregunta:

- ¿Por qué nos has hecho esto? ¿No te das cuenta de que tu padre y yo te hemos buscado angustiados?

Jesús les responde diciéndoles que Él es antes que nada el Hijo de Dios y que tiene que cumplir una misión. Probablemente Él quería saber todas las cosas que en las Escrituras se dicen del Mesías. El aprender es algo muy humano. Y Jesús era un adolescente perfecto: se quedó en Jerusalén para aprender de los Doctores de la Ley. De hecho, cuando llegaron al Templo y vieron allí a Jesús, los Doctores de la Ley estaban admirados por las preguntas que Éste les hacía.

De esta manera, Jesús nos enseñó una importante lección: que todos los hombres somos hijos de Dios y que todos tenemos que ocuparnos de las cosas de nuestro Padre del cielo. A Dios tenemos que obedecerle por encima de nuestros padres y de todas las autoridades del mundo. Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. Nadie puede obligarnos a hacer alguna cosa que sea pecado.

También nos enseña que todos los hijos de Dios deben de preocuparse por saber qué planes tiene Dios para ellos. Por eso hay que tomarse muy en serio el catecismo, donde se nos enseñan las cosas que se refieren a nuestro Padre Dios.

Porque Jesús siempre obedeció a sus padres. Y también nos enseñó a cumplir las leyes de los hombres. Cuando le  condenaron a muerte no fue porque hubiese sido mal ciudadano y no hubiese cumplido las leyes humanas, sino porque "siendo hombre se hacía pasar por Dios". Jesús les había dicho a los judíos que si no creían en su palabra, por lo menos creyeran en los milagros que Él hacía. Podía hacer milagros porque era el Hijo de Dios, es decir, porque siendo hombre era también perfecto Dios.

Pero te equivocarías si pensases que Jesús se pasaba el día haciendo milagros. En realidad, la mayor parte de su vida fue como la de los demás hombres de su época y de Galilea. Era carpintero, como José, y trabajó mucho tiempo hasta que se dedicó a predicar el Evangelio por las tierras de Galilea. Fue a partir de este momento, cuando ya tenía 30 años, cuando comenzó a hacer muchos milagros para ayudar a la gente a creer en Él.

2. Fórmulas de la Fe


17. ¿Qué es lo más importante que Dios ha creado?


El hombre y la mujer son lo más importante que Dios ha creado. Los creó a su imagen y semejanza, libres, capaces de amar y de conocer la verdad, e iguales en dignidad.


18. ¿Dios cuida de toda la obra de la Creación?


Sí, Dios cuida de todas las cosas con sabiduría y amor. Especialmente cuida de nosotros porque nos ha hecho hijos suyos. 


19. ¿Por qué nos ha creado Dios?


Dios nos ha creado para conocerlo, amarlo y servirle. Para ser felices con Él en la tierra y después en el Cielo.